François, un compañero de la SMA,
está en Torodí (Niger) y me habla de la
desertificación del país:
“Están despojando esta sabana de losúltimos árboles que quedan esos camiones
verdes que se introducen por
las veredas más apartadas en busca
del último fajo de leña. Está prohibido
por la ley, pero son diputados, ministros,
gerifaltes los dueños de esos camiones
sin frenos, sin luces y hasta sin matrículas
y los que se embolsan el dinero.
Supongo que son los mismos que se
embolsan el uranio, el petróleo, el carbón
y hasta los aranceles de las cebollas
que exportan al Benin.
Me decía François que antes de marcharse
le gustaría gritar tanto ultraje
a la tierra y al hombre, como hizo Guy
Youx ante el ministro del interior del Benin
al que le cantó las cuarenta de la
explotación de los más pobres dándolo
todo ya por perdido. Un testamento de
misión.
Nos ocupamos mucho de desarrollo. Un
día que iba en coche con el catequista,
Jean Baptiste, veía unas flores azules
en un campo de mijo y le dije que era
muy bonitas, él me contestó que esas
flores eran el signo de que la tierra se
estaba agotando, cansada, que esa era
su manera de decir que ya basta. Yo le pregunté que qué era lo que se podía
hacer, él, que ha hecho la escuela de
catequista de Namungu donde les enseñaban
agricultura, me dijo:
—Padre, la solución sería utilizar el arado que se hace en Burkina.
Aquella reflexión no cayó en saco roto,
daba vueltas en mi cabeza hasta que
un día me decidí e hicimos un viaje a
Burkina y nos trajimos una veintena de
arados que fuimos colocando entre los
agricultores más despiertos pidiéndoles
una colaboración. Nos ayudaba una
ONG de Francia. Son burros los que tiran
de los arados que resultan más baratos
en la compra y consumen menos.
Un día Jean Baptiste me dijo:
—Padre, un día tanto usted como yo nos
marcharemos de aquí y ya no habrá nadie
que vaya a buscar los arados a Burkina ¿no sería mejor ver la posibilidad
de que alguien de Torodi sea capaz de
fabricar los arados aquí? |
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Buscamos una solución, él trajo un pariente
de Burkina que sabía fabricarlos
y luego buscamos a gente del lugar interesada
en aprender. Hicimos un viaje
a Niamey y compramos el material adecuado
y también el instrumental para
la fabricación: taladro, fresadora… todo
lo necesario para instalar un taller suficientemente
equipado para el fin que
nos proponíamos.
Hoy el taller funciona
estupendamente y ya no tenemos que ocuparnos de los arados, pero siempre
hay que animar y explicar, aunque ya
ven el resultado con sus propios ojos.
Antes, el trabajo se hacía a mano y todavía
hay mucha gente que lo siigue
haciendo: en cuanto llegan las lluvias,
haces un agujero con la azada e introduces
la semilla; eso es todo. Con el arado
remueves la tierra 10 o 15 centímetros
que se renueva y el agua penetra mejor.
Los que se deciden por utilizar el arado
ya no vuelven a lo tradicional.
De todas formas ha sido todo el sector
de Makalondi el que ha participado en
todo este trabajo: Makalondi, Bomuanga,
Torodi y ahora Kankani. Hicimos
también muchos pozos y perforaciones
profundas.
El problema fundamental es la desertificación.
Se cortan muchos árboles para
leña y el país se empobrece a causa de
la erosión cada vez mayor. La capa de
humus es muy frágil y en cuanto cortas
los árboles desaparece, el viento se lleva
las hojas y si lllueve el agua pasa sin
fertilizar nada. Entonces ya no queda
nada más que la tierra roja y piedras totalmente
estériles.
Por eso es fundamental que la población
sea consciente del problema y trabaje
en ese sentido:
si plantas un árbol,
tienes que protegerlo porque enseguida
van a aparecer cabras, corderos, bueyes
y dromedarios.
Es un trabajo de concienciación
enorme y largo y el gobierno
debe tomar cartas en el asunto. |